MONTAÑA Y RECURSOS. APROXIMACIÓN DIACRÓNICA AL POBLAMIENTO EN LAS LORAS (BURGOS Y PALENCIA)
Jesús García Sánchez (1)
Universidad de Cantabria; jesus.garcias@unican.es
RESUMEN
Se trata de realizar una aproximación metodológica a la Arqueología del Paisaje de los asentamientos de la comarca burgalesa y palentina de Las Loras, comparando los resultados obtenidos para los lugares de ocupación del Hierro II con los pertenecientes al Hierro I. Pretendemos llevar a cabo este análisis integrando diferentes capas de información arqueológica, geológica y geográfica en un Sistema de Información Geográfica (SIG). Un entorno de trabajo que lleva años cobrando importancia en Arqueología, siempre procurando mantener una coherencia metodológica que posibilite la viabilidad de los experimentos, más allá de desarrollar simples descripciones de los ámbitos estudiados con este sistema. Por ello queremos integrar el registro arqueológico convencional y el análisis toponímico del entorno de los asentamientos estudiados, de forma que podamos recopilar información adicional sobre la posible vocación económica de los lugares y las poblaciones sujetas al presente estudio.
1.- Introducción.
Abordar un tema como la economía prehistórica supone una gran complicación, incluso si nos remitimos al mundo prerromano o protohistoria.
Las investigaciones sobre “economías antiguas” no siempre circulan por la vía de establecer el modelo económico de las sociedades estudiadas o sobre el modelo teórico aplicable al estudio de tales sociedades.
Esto último partiendo de la premisa de que no es conveniente estudiar economías preindustriales basándose en categorías propias de economías de mercado. En muchos casos la investigación se dirige a exponer los hallazgos arqueológicos interpretados como herramientas dentro de la categoría binfordiana de elementos tecnómicos (hoces, crisoles, arados…), productos fósiles (semillas, trazas químicas, carbones,…) o infraestructuras (silos, alfares, talleres, canteras, recipientes de almacenamiento, etc.), deduciendo de ellos actividades económicas diversas.
2.- Marco de estudio.
El presente estudio comprende el espacio tradicionalmente atribuido a la frontera meridional de los cántabros. No es este el lugar de entrar en digresiones acerca de la noción de frontera en el mundo prerromano, por lo que mantendremos la última visión propuesta por los miembros del Grupo de investigación sobre Arqueología, Epigrafía e Historia de Roma de la Universidad de Cantabria (Aja y otros, 2008). Aparte ya hemos apuntado una visión sobre el carácter dinámico de la frontera entre cántabros y pueblos meseteños en función de la visibilidad como factor principal de control socioeconómico sobre dicho territorio (García y Martínez, en prensa).
La Lora es ante todo una comarca que toma la denominación de una formación geológica de la provincia de Burgos, dentro de la unidad morfoestructuralde las Parameras Serranas, que tiene continuación en la provincia de Palencia. Constituyen
una serie de plataformas a gran altitud aprovechadas como núcleos de habitación permanente, constatándose la pervivencia, e incluso desarrollo, en época romana de algunos de ellos como Peña Amaya.
En los estudios sobre el carácter de las montañas se señala a estas formaciones “mesetas y llanuras intramontanas” como lugares que ofrecen oportunidades únicas a la presencia del hombre (Cabero, 2000: 16). Una de estas oportunidades ya reseñada es el control visual como criterio esencial para el establecimiento de emplazamientos (Parcero, 2000: 79; García y Martínez, en prensa).
La zona de estudio se caracteriza por ser área de transición entre la Meseta y las estribaciones de la cordillera cantábrica, a caballo por lo tanto entre la morfología montañosa y las tierras de aluvión de la cuenca del Duero, sobre las que ejerce un control visual dominante (García y Martínez, en prensa).
De este carácter de transición geográfica y paisajística al que se le suma la transición cultural entre pueblos montañeses y meseteños, se desprende la idea de que los asentamientos se beneficiarían de una doble vocación económica, orientada a la caza y a la agricultura (Ruiz Vélez, 2003). Por otra parte el “patrón de asentamiento” de los cántabros se describe comúnmente como propio de una economía pastoril favorecida por el medio físico, frente a la escasa importancia de la agricultura, cuya presencia sería testimonial y reducida al forrajeo de frutos secos como las bellotas del conocido pasaje de Estrabón (III, 3, 7). Esto último es una constante para los pueblos septentrionales, donde el aceptación de los textos clásicos ha llevado a muchos a minusvalorar el papel de la agricultura indígena en la Edad del Hierro, asumiendo que estos desconocían la agricultura o el trigo (AA.VV., 1991: 95) o incluso apelando al carácter de “desidia e indolencia” que señalan las fuentes, especialmente Estrabón (III, 3, 4-16) (Blázquez, 1968: 193).
- ¿A quién estudiamos? Breve reflexión preliminar.
La ubicación de nuestra área de estudio presenta un problema a la hora de abordar el estudio de la economía protohistórica. El carácter de zona de transición geográfica y cultural nos lleva a plantear esta cuestión, basándonos en la reflexión de Esparza (1999: 88) acerca del error de método que supone atribuir un contenido étnico a las entidades arqueológicas, dicho de otro modo: a qué grupo humano aplicaremos la información paleoeconómica estudiada. Podemos añadir a la reflexión el caso de la historiografía que comúnmente subdivide la Península en zonas morfológicas para su estudio, englobando unidades geográficas y paisajísticas muy generales, bloques de información usualmente denominados “grandes áreas”. Es ahí donde encontramos el dilema ¿a qué información nos debemos remitir? Por un lado tendremos la referida a “los pueblos de la cordillera” y por otra a “la zona de Meseta/ valle del Duero”, la solución aparentemente consistirá en utilizar ambas sin llegar a revolverlas ambiguamente.
Podemos encontrar datos e hipótesis de trabajo útiles en los apartados encabezados bajo el epígrafe de “zonas marginales” (geográficamente hablando). Pero si aceptamos por una parte que nuestro ámbito (de transición geográfica, recordamos) pertenece a los cántabros históricos y por otro que las poblaciones de la cuenca del Duero inmediata “tenían una estructura económica totalmente diferente (a la cántabra, astur…)” (Blázquez, 1968: 197), la dificultad de adscribir la información paleoeconómica y de recopilar información, modelos teóricos, hipótesis, etc., se incrementa notablemente.
3.- Economía, subsistencia, diversificación y geodiversidad.
El conocimiento sobre la economía protohistórica en la zona que queremos estudiar ha sido ya abordado en diferentes foros y publicaciones de muy distinta índole, con frecuencia orientados a territorios muy amplios y con resultados dispares.
Existen aproximaciones monográficas a la economía de la meseta (Esparza, 1999) donde podemos encontrar una caracterización de los aprovechamientos agrícolas, forestales y ganaderos para la época. Aunque basados en gran medida en los datos que aportan los yacimientos y los estudios palinológicos y paleocarpológicos de enclaves meseteños, podemos utilizar esta información a modo de marco histórico-económico general. Las aportaciones más recientes se centran el territorio histórico que nos interesa como un estudio comparativo entre las fuentes clásicas, obras de tipo folclórico, el trabajo de campo etnoarqueológico y el registro arqueológico (Torres, 2003). Los estudios globales se acercan a la economía protohistórica de una manera muy tangencial (Ruiz Vélez, 2005; Pradales. 2005).
En un estudio que relaciona los recursos forestales y la economía protohistórica se afirma que “la diversificación de la obtención de recursos” es un seguro para la subsistencia (Torres, 2001-02: 142), sobre todo si esta se encuentra sometida a la subproducción del medio. En efecto, creemos que esta premisa puede generalizarse a diversas épocas y regiones. Sin embargo en una zona caracterizada por lo accidentado de la topografía, las posibilidades de diversificación de la explotación de recursos se reduce considerablemente en relación con otros ámbitos geográficos y paisajísticos, en especial debido a la dificultad de adaptación a las pendientes (Cabero, 2000: 118). Para este aspecto un acercamiento a la geografía y a la geoarqueología puede resultar útil en la definición de los espacios explotados y sus recursos.
Para Estrabón la geodiversidad del entorno era un rasgo determinante del desarrollo económico y social de los pueblos indígenas de la Península, la causalidad de la penuria económica es para el autor griego: “(…) la miseria derivada de los lugares y montañas donde viven” (III, 3,8), la conversión de esta concepción en teoría arqueológica moderna podría ser el siguiente planteamiento: “los sistemas económicos de las comunidades variaban considerablemente según las características de los recursos de cada región” (Álvarez-Sanchís, 2003: 13). Indudablemente la morfología montañosa condiciona el potencial económico de la zona en estudio en función de la diferente insolación fruto del relieve, la orientación de valles y laderas e incluso de los microclimas que surgen en las condiciones mencionadas, como es el caso de las arribes del Duero (Salamanca).
4.- Paisaje y tecnología.
Las zonas montañosas se caracterizan, desde el punto de vista medioambiental por una mayor rigidez estructural, que dificulta su transformación, y admitiendo que la agricultura es la principal forma de transformación del paisaje, cuya primera manifestación es la modificación y la transformación de la cubierta vegetal (Cabero, 2000: 111) debemos pensar que en zonas de montaña el paisaje en esta época protohistórica no sufrió modificaciones significativas salvo en aquellos casos en que se emprendiesen “impulsos” (cambios bruscos en la naturaleza de los ecosistemas, producidos por el hombre), con la finalidad de aumentar los recursos disponibles para pastos. Una forma de “liberar/ utilizar impulsos” es mediante el control del fuego (Ruiz, 1998: 49), es decir, la deforestación, transformando espacios de bosque o matorral en espacios abiertos útiles para pastos o para el desarrollo de cultivos básicos. La continuidad de la práctica de la deforestación a lo largo de la vida económica de los paisajes de montaña, demuestra que este impulso es un proceso básico, continuo e histórico. El paisaje cambia sustancialmente en época romana mediante procesos de deforestación, aunque a escala menor comparada con periodos posteriores (Ariño y Díaz, 1999: 189). La incidencia en el paisaje será acumulativa si el control de los pastos se mantiene de forma continuada, incrementando los procesos de erosión y destrucción del suelo. Junto a estas prácticas destructivas (deforestación) pueden situarse variaciones en los medios boscosos no necesariamente destructivas, que pueden considerarse como “actividades económicas sofisticadas” debido a la magnitud de las escalas de intervención y a la gestión que requiere el conocimiento de todas la variables del medio (Torres, 2003).
En el estudio de la economía de un conjunto de población de la Edad del Hierro encontramos referencias al sistema de policultivo como diversificación económica. Este modelo exige de dominios geográficos, geológicos y edafológicos variados, “unas características que se podrían denominar como geodiversidad” (Urbina, 1998: 148). Uno de estos impulsos se produce en el área vecina de El Tozo, donde existe constancia, a través de estudios polínicos en la turbera de La Piedra (Basconcillos
del Tozo, Burgos), de un proceso de deforestación antrópica fechado en el Bronce Subatlántico, anterior a la construcción de los túmulos megalíticos de la Lora (Delibes y Rojo, 2002: 33; Muñoz y otros: 1997).
Una visión contrapuesta a las que consideran las transformaciones del medio como “suaves o reversibles” (Torres, 2001-02: 142), son las basadas en “la voluntad cultural (de preservar el entorno, se entiende) o la imposibilidad tecnológica”. En el territorio central de la cordillera cantábrica, posteriormente habitado por los cántabros, también se detectan indicios de deforestación desde el Bronce Subatlántico (Arias, 1996: 242) interpretado como un reforzamiento de las actividades agropecuarias y agrícolas o como la creación de un agrobiosistema, elemento definido como el sistema ecológico que es intervenido por el hombre y los animales (Montoya, 1983: 115).
- Hidrografía y regadío.
Otra forma de explotación del territorio es la agricultura de regadío, la gran desconocida para este periodo. Se presenta difícil determinar en que momento se introduce el regadío en esta parte de la Península en base a la ausencia de datos, ni siquiera fehacientes para el periodo celtibérico. Una hipótesis lanzada hace tiempo (AA.VV., 1991: 92 citando a Wattemberg) considera que “la superioridad hidrográfica del Norte favorecería la instalación mayoritaria de la población en sus alrededores, donde el terreno aluvial era más abundante”, un paisaje que cambia sustancialmente una vez que nos adentramos en la cordillera, donde el encajamiento
de la red hidrográfica y la evolución suave de las pendientes facilitará el uso de las laderas como pastos (Ruiz-Gálvez, 1998: 113).
Los estudios toponímicos apuntan al agua como elemento clave en la configuración de los paisajes cársticos de la zona, esta idea se fundamenta en estudios basados en la lengua paleoeuropea hidronímica de Krahe. Se conservan topónimos de origen prerromano como Vallarna o La Ulaña, donde a partir de la raíz *ul-/ *el-/ *ol-/ se establece una relación con corrientes y manaderos de aguas (Ramírez, 2005: 575; González y Ramírez, 2005: 67-76). Ángel Vaca señala, en un estudio sobre la estructura socioeconómica de la Tierra de Campos, como la mayor parte de los topónimos prerromanos de la zona se encuentran en la zona septentrional junto a corrientes fluviales como Pisuerga, Carrión… (1977: 301).
Como señalábamos más arriba, el grado de intervención en el paisaje viene determinado por el grado de desarrollo tecnológico de cada sociedad en un momento histórico. Sin embargo la cobertura vegetal está más expuesta a los procesos de transformación relacionados con la agricultura o la deforestación para pastos (incluso mediante procesos de edafogénesis) que la propia configuración topográfica o fluvial del territorio, esta última, variable en caudal, pero estable en su estructura básica (Uriarte, 2005: 612), ya que se trata de “elementos que solo pueden ser alterados a través de una inversión de trabajo a gran escala que supera, en general, la capacidad tecnológica disponible para el contexto en estudio” (Parcero, 2000: 79). Esta definición nos será útil cuando procedamos a plantear el estudio del territorio y su explotación teórica a partir de modelos generados a partir de módulos GIS específicos.
5.- Economía agroforestal.
Esta denominación equivale a lo que se entiende como economía agropecuaria (Esparza, 1999: 90), pero que se corresponde mejor con el ámbito que estamos estudiando, donde la ganadería utiliza terrenos de vocación generalmente forestal (Montoya, 1983: 10) como para implantación de una agricultura de baja intensidad aparte de las zonas de vocación meseteña donde se desarrollaría una agricultura de secano igualmente básica y orientada a la subsistencia. Las clases agrológicas comunes asocian los terrenos boscosas con aptitud para pastizal, ya que el primero es rico en recursos pastables (matorrales, herbazales…). La clasificación del Soils Conservation Service de Estados Unidos se divide en clases identificadas con números romanos del I al VIII, donde las clases V a VII (como caso extremo) son las dedicadas a bosques y/o a pastoreo (AA.VV., 1992: 293-297; Montoya, 1983: 24).
Más que una descripción de los elementos que componen este binomio económico pretendemos exponer los rasgos básicos para el estudio de los recursos y desarrollar, según técnicas GIS, el aspecto de la delimitación de territorios de captación de recursos. Planteando la evolución en el tiempo de los modelos resultantes como un indicio (o no) del cambio de estrategia de las poblaciones de los
confines de la Meseta.
- La ganadería.
La agricultura y la ganadería se benefician de la explotación del entorno y su transformación mediante impulsos en un terreno útil para el pastoreo, los indicios paisajísticos se obtienen de estudios polínicos y carpológicos como los antes mencionados, pero los datos sobre la existencia de cabañas ganaderas se obtienen fundamentalmente de las excavaciones, las colecciones de huesos son datos primarios que representan la práctica totalidad de los indicios de alimentos consumidos que se recuperan de las excavaciones, aparte de ser los más estudiados
(Harrison y Moreno, 1985: 52). Estos mismos autores otorgan a los restos óseos la categoría de artefactos culturales, como nexo de unión entre clases sociales y explotación económica. Del mismo modo se expresa P. Columeau (2005: 248) cuando plantea que los restos óseos son dependientes de las condiciones de producción cuya evidencia se potencia tras el Neolítico. Un estudio sistemático del medio debe contar con un estudio arqueozoológico ya que responde a la necesidad de interrelacionar la fauna domesticada y la transformación del marco natural por el hombre (Columeau, 2005: 247). Las fuentes clásicas reflejan la existencia de cabañas de ganado porcino (la manteca en Estrabón, III, 4, 11), vacuno, ovino y en ocasiones, cría de caballos.
En este trabajo partimos del estudio de las áreas más accesibles de cada poblado, la mayor parte de estas áreas se define como “pasto”. Unos terrenos de pastos cuya optimización depende de la cabaña ganadera, cabras y ovejas permitirían un aprovechamiento máximo del entorno controlado por los poblados. Una estrategia que cambia junto con la organización del territorio. En época romana, con el cambio en las relaciones territoriales las poblaciones “se atreven” con explotaciones a larga
distancia, que suponen la consolidación de la ganadería vacuna (Fanjul, 2004: 58).
- La agricultura.
En este apartado no quiero entrar en una enumeración de los recursos disponibles en la zona en forma de inventario de especies, o en describir el nicho ecológico. En otros trabajos ya se han presentado estudios pormenorizados en este aspecto (Torres, 2001-02 y Torres, 2003) o recopilatorios morfológicos (Cubero, 1994). El análisis que aquí se desarrolla pretende indagar sobre los recursos potenciales que ofrece el medio para las sociedades que se establecen en este entorno montañoso a lo largo del tiempo, de modo que consideraremos la potencialidad de explotación del entorno como un factor locativo estratégico para el grupo humano que pobló esta zona durante la Edad del Hierro.
Algunos topónimos del entorno de los yacimientos son indicativos de procesos de transformación del medio o de presencia de recursos tradicionales.
La mayoría de los topónimos son de origen romance, aunque algunos perviven en sus formas más arcaicas denotando una antigüedad mayor. Este es el caso del castro situado en Peñas de Albacastro en el entorno del despoblado de Icedo, del latín ilex-ilicis, una forma arcaica ya perdida en el idioma castellano para denominar a la encina. El sufijo abundancial –edo nos indica un lugar donde abundan las encinas (González, 1999:160-161).
También podemos encontrar el romance Las Encinas de origen más moderno pero indicativo de la cobertura vegetal tradicional. Del mismo modo en la toponímia mayor Ordejón (de Arriba y de Abajo) nos remite al latín hordeum, cebada. Nos remitiría a pensar en cultivos de cereal en secano, ya que estos topónimos se localizan en zona sur/solana de la lora de La Ulaña (González y Ramírez, 2005: 70-71).
Por otra parte según González (1999: 200) la toponimia derivada de hordeu “se encuadra en el aprovechamiento agropecuario de campos donde se cultiva forraje para el ganado”. Finalmente, y pese a la visión negativa del sistema económico transmitida a través de las fuentes clásicas, estas mismas obras mencionan claramente, aunque con escasez de referencias, la existencia de cultivos básicos, como la cebada, necesaria para la elaboración de la cerveza (Estrabón. III, 3, 7).
6.- Metodología aplicada.
Los Sistemas de Información Geográficos ayudan a plantear problemas de tipo arqueológico, donde la cuestión principal es de tipo histórico, mientras que la geografía es la que aporta los datos y la información básica necesaria para su planteamiento, y la posible solución.
El planteamiento de la arqueología espacial/del paisaje sobre los territorios de explotación, se considera un “dispositivo muestral” (Uriarte, 2005: 613) o “instrumento analítico fundamental” para el estudio de la relación de las poblaciones con su entorno.
Basaremos la metodología en delimitar el espacio inmediato al lugar de habitación, que teóricamente, constituye la zona donde los habitantes del emplazamiento obtienen la mayor parte de sus recursos económicos, dejando aparte las relaciones
económicas comerciales más extensas que pudieran tener lugar. La delimitación de los territorios se compara con un mapa elaborado de la potencialidad económica del marco de trabajo. Generalmente los estudios se basan en un índice fruto de la agregación de varias bases de datos básicos o indicadores de la calidad de la tierra “ICT” (FAO, 2001).
- La Toponimia.
La toponimia puede ayudarnos en muchos casos a tender puentes interpretativos hacia el pasado para comprender la relación de los pobladores con su medio, de este modo podemos discernir en muchos casos la psicología del nomenclator en la que plasma sus intereses en el aprovechamiento del paisaje.
Para épocas prerromanas los topónimos conservados son escasos, generalmente se identifican a partir de determinadas raíces y sufijaciones: por ejemplo *parama; *ul-/; *kar(r)- ó las terminaciones –*alla; -*arna. (González, 1999: 15) Los elementos
previos a la ocupación del hombre como la topografía o la red hidrográfica conforman el grado de relación más bajo entre hombre y espacio ya que la toponimia de ella surgida no supondrá más que una descripción del entorno. Será en el caso de la explotación y aprovechamiento cuando la relación sea más significativa y los topónimos se asignen en función de dicha transformación del medio.
Una aproximación de este tipo en un estudio del aprovechamiento del medio en la protohistoria puede resultar atrevida. Sin embargo utilizaremos la toponimia en la medida de lo posible para discernir el sentido de las escasas referencias prerromanas, como el caso de las formaciones cársticas de La Lora, o para tender puentes entre procesos similares en diferentes momentos históricos que han conservado una tendencia a mantener una parecida forma de explotación del medio, compaginando las explotaciones agrícolas individuales con la utilización de pastos comunales para el ganado, lo que se conoce como derrota de mieses, un sistema en uso al menos hasta el siglo XIX de nuestra era (Ruiz-Gálvez, 1998: 114).
- Delimitación de territorios de explotación.
Los datos, o capas de datos, que podemos integrar en el análisis son diversos. Por un lado tenemos la información topográfica de la morfología del suelo, que usaremos para modelizar el desplazamiento humano por el paisaje. Esta se genera a través de la interpolación de las curvas de nivel a escala 1:25000. Aquí estudiaremos la relación de los asentamientos con el paisaje asumiendo como hipótesis la preferencia por un entorno potencialmente aprovechable como factor locativo en la Edad del Hierro. La delimitación del territorio de producción restringido la obtendremos a partir del cálculo sobre un MDT en función de una relación tiempo-distancia, utilizando la fórmula de Uriarte (2005: 613):
T= 0,0277RP + 0,0611R
Donde R es la resolución en metros de las celdilla del raster y P la pendiente expresada en porcentaje.
Al mapa resultante se le suma otra capa raster que contemple la impedancia que suponen los ríos mas importantes del entorno. La cobertura vegetal no se incluye en el análisis por tratarse de un elemento constantemente sometido a cambios y modificaciones en su estructura.
Los diferentes resultados del área de cada yacimiento se valoran en función del total de terreno comprendido dentro de cada polígono.
En este estudio admitimos que el concepto de productividad del suelo, como potencial para la producción agraria o para su uso forestal puede mantenerse estable y ser válido para considerar que los suelos tengan o no un productividad intrínseca, el fundamento de esta concepción es que la labor técnica no puede superar en ocasiones y a pesar de su desarrollo las características edafológicas más desfavorables (AA.VV.,1992: 253). El ámbito histórico de nuestro estudio nos presenta un panorama técnico en evolución, se constata la existencia de arados (Barril, 1999) y de procesos de origen antrópico sobre el medio, pero cuyo grado de incidencia en el medio era escaso en cuanto a incremento de la producción mediante el desarrollo tecnológico se refiere. Esta valoración nos permitirá reclasificar la cartografía temática en función de calidad o potencialidad.
- Cartografía temática.
Es necesario desarrollar un tipo de cartografía temática específica como marco territorial sobre el que analizar las interrelaciones de las poblaciones con el medio físico. La cartografía temática consiste en la base documental que se utilizará para caracterizar los territorios generados a través de cálculo GIS
Hemos reclasificado cada unidad de terreno partiendo de la cartografía geológica escala 1:50.000. La base de datos asociada a los archivos vectoriales ofrece una clasificación del terreno en función de su composición. A partir de esta definición hemos agrupado los antiguos valores en otros nuevos en función de su potencial edáfico. Esta relación se establece mediante la comparación de un “cuadro de propiedad de las rocas” donde el tipo de roca y su grupo/origen y composición se relacionan con sus propiedades selectas expresadas en valores medios aproximados (AA.VV., 1992: 89). Un paso más en la caracterización de un marco geográfico apropiado para implementar un estudio de este tipo consiste en reducir al mínimo las categorías de análisis.
Con este fin las categorías que compondrán el marco de recursos son: pasto, secano y regadío, estas tres categorías son válidas para el estudio ya que dependen de la capacidad del terreno para cada tipo de agricultura y en su defecto, uso ganadero.
7.- Los asentamientos.
El poblamiento de la Primera Edad del Hierro se distancia del modelo del Soto de Medinilla por cuanto opta por un patrón de asentamiento definido como “facies de castros en altura” (Ruiz Vélez, 2005a), ampliamente representado en esta zona. El
asentamiento mejor conocido de la Primera Edad del Hierro es el castro de Los Baraones (Barril, 1995) en Palencia. A este yacimiento palentino se le suman otros que cobrarán mayor importancia en periodos posteriores como Monte Bernorio y Peña Ulaña durante la Segunda Edad del Hierro y Peña Amaya como núcleo menor en el Hierro II y especialmente en época romana.
El factor descriptivo que puede caracterizar el estudio de la zona de captación de cada yacimiento deja de existir cuando una serie de sitios son examinados conjuntamente en busca de factores repetitivos.
La Segunda Edad del Hierro supone un agrupamiento del hábitat en recintos más amplios, aunque no todos se mantendrían habitados en el momento de la conquista romana. La falta de estudios sistemáticos, prospecciones y excavaciones dificultan la adscripción cronológica de los yacimientos, cuando no su propia clasificación como yacimientos.
Resumiendo este problema en una cita de una obra clásica: “La imprecisión cronológica (…) supone una enorme limitación a la hora de analizar las relaciones entre asentamientos” (Hodder y Orton, 1990: 29).
Los yacimientos que componen el grupo de poblamiento de la Primera Edad del Hierro son los siguientes: Los Baraones (Valdegama) y Peña del Santo (Lomilla) en la provincia de Palencia, Cerro Castillo (Salazar de Amaya), La Cruz de Valtierra (Rebolledo Traspeña), San Quirce (Congosto) y Peña Redonda (Rioparaíso) en la provincia de Burgos.
Las investigaciones en estos yacimientos se basan en los trabajos de Barril (1995) en el norte de la provincia de Palencia, mientras que en Burgos se basan en la Carta Arqueológica provincial en las prospecciones de ARATIKOS S.A. para el Inventario Arqueológico de Burgos, los trabajos de ALACET S.A. en Peña Amaya y los trabajos de Sacristán de Lama (2007).
Los yacimientos de la Segunda Edad del Hierro, parten de los mismos trabajos recopilatorio más otros centrados en yacimientos específicos, Peña Amaya a cargo de J. Quintana y Peña Ulaña con prospecciones y excavaciones desde 1997 dirigidas
por M. Cisneros. Los yacimientos de esta etapa son: Monte Cildá (Olleros de Pisuerga) en Palencia, Peña Amaya (Amaya), Peña Ulaña (Humada), Santa Cruz (Ordejón de Abajo), Peñas de Albacastro (Icedo) y El Perúl (Coculina) en Burgos. Monte Bernorio en Palencia queda de momento al margen de nuestro estudio por se objeto de una investigación dirigida a su re-excavación y al estudio del entorno.
Las terrenos potenciales de cada yacimiento obtenidos a partir de la delimitación de las áreas inmediatas a los mismos se han manejado en porcentaje respecto al área total del territorio de explotación de cada área delimitada, de manera que los
datos respondan a los mismos parámetros.
Utilizaremos el test estadístico del coeficiente de correlación de Pearson En este caso las variables que se comparan son los porcentajes de terrenos potenciales para cada uso: pasto, secano y regadío; y el índice de altitud media del entorno geográfico del yacimiento, variable que se ha comparado con el índice de altura relativa máxima y mínima: Iar 1 e Iar2 (Puggioni, 2005: 54) por ser la altitud un factor decisivo en el control del medio, puesto que el patrón de asentamiento de la zona se localiza fundamentalmente en altura lo consideraremos relevante en el estudio del potencial productivo de la zona. Creemos que las dos variables pueden ser comparadas aunque admitimos la posibilidad de que aunque dos casos aparezcan juntos no tienen porque estar relacionados. Los análisis estadísticos y las gráficas se han realizado con el paquete SPSS v.15 para Windows.
A efectos de interpretación usaremos solo la interrelación de las variables del terreno con la altura relativa del asentamiento (AR).
8.- Conclusiones
Los estudios de economía del paisaje suelen partir de las concepciones culturales de los autores clásicos, en los pueblos septentrionales la imagen cultural de barbarie indómita aplicada a la economía crea una visión apocalíptica de la base de las sociedades prerromanas que no se corresponde con su evolución tecnológica o con la capacidad de creación de objetos de prestigio presente en la cultura material de estos pueblos y que incluso da nombre al conglomerado cultural-tipológico: Miraveche-Monte Bernorio. Mientras las fuentes clásicas presentan al sector septentrional de la península (galaicos, astures, cántabros…) como ununum en lo que se refiere a género de vida (Estrabón III, 3, 7); la investigación arqueológica centrada en el estudio de los asentamientos como parte de un paisaje social y cultural ha argumentado en favor de la existencia de un complejo agrario primitivo (anterior a la Edad del Hierro) basado en técnicas específicas de labradío (Méndez, 1998: 176-177). Este trabajo plantea la presencia de modificaciones en el paisaje en relación con la existencia de una economía más diversificada que la mera recolección de bayas y frutos. En este sentido apuntan los nuevos trabajos de revisión territorial de los castros asturianos (Fanjul, 2004). Para este autor el factor agrícola es tan importante como la capacidad defensiva y visual del asentamiento como se desprende del estudio territorial del Castillo de Taranes en Ponga, donde junto a un asentamiento sobre una colina rocosa se localizan las mejores tierras de cultivo del concejo (Fanjul, 2004: 55).
El acercamiento al paisaje como elemento dinámico, en función de los intereses y de las estrategias básicas de las sociedades que lo habitaron, es fundamental a la hora del estudio de dichas sociedades.
Será así siempre que consideremos las estrategias económicas como base de las sociedades y de sus decisiones locativas, así como de la posibilidad de localizar comportamientos, tanto materiales como simbólicos, fosilizados en el paisaje. Sin pretender adoptar una visión reconstructiva del paisaje (Orejas y otros, 2002), un acercamiento pluridisciplinar es necesario para aprehender todos los elementos
que configuran los paisajes modernos como evolución de los pasados. En especial la geoarqueología y la palinología se han revelado como herramientas fundamentales para aislar testimonios de la evolución del paisaje asociados a la acción del hombre, por lo tanto es necesario continuar por ese camino, siempre teniendo como guía el registro y la investigación arqueológica tradicional centrada en el estudio, excavación y prospección de los lugares de ocupación.
El presente estudio se basa en una muestra escasa de yacimientos de cada periodo y las variables comparativas que entran en juego pueden ampliarse mediante la comparación con otros índices igualmente valiosos como la visibilidad de cada elemento del territorio o creando índices más detallados de accesibilidad al entorno (Parcero, 2002; Parcero y Fábrega, 2006). Sin embargo considero este acercamiento exploratorio válido para a partir de él crear modelos que faciliten la comprensión del cambio de estrategias locativas entre el Hierro I y el Hierro II. Una época de incertidumbre cuyo estudio en la zona se ha limitado a la elaboración de inventarios, en gran medida especulativos e incompletos, cuya herencia acaba plasmándose en la totalidad de las investigaciones arqueológicas de la zona, esta incluida.
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10.- Nota.
1 Becario del Programa de Personal Investigador en Formación Predoctoral de la Universidad de Cantabria. Adscrito al Grupo de Investigación de Arqueología, Epigrafía e Historia de Roma (GAEHR) de la Universidad de Cantabria, dentro del proyecto de Investigación, nº de referencia HUM 2005 -06805/HIST.
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