El Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar es una magna obra publicada por Pascual Madoz entre 1845 y 1850. Compuesta por dieciséis volúmenes, describe todas las poblaciones de España, así como términos de la historia de España.
Recogemos a continuación lo que este diccionario expone sobre cada uno de los pueblos del valle
HUMADA
Lugar con ayuntamiento en la provincia, diócesis, audiencia territorial y capitanía general de Burgos (10 leguas), partido judicial de Villadiego (3 y ½ leguas).
Situación: en terreno llano, rodeado de peñas, donde la combaten con especialidad los vientos del Norte, cuya circunstancia hace que el clima sea bastante frío.
Tiene 14 casas con la de ayuntamiento y una iglesia parroquial, San Miguel, servida por un cura párroco y un sacristán.
Confina el término al norte con Solanas, al este con San Martín de Humada y Ordejón, al sur con Congosto y Villamartín y al oeste con Fuenteodra.
El terreno es de primera, segunda y tercera calidad, extendiéndose su circunferencia sobre 1/2 legua, en cuyo centro se halla la población. Hay algunos prados que sirven para pastos 8 meses al año y un monte de unas 10 fanegas de extensión, que cría pastos también y leña.
Caminos: los de pueblo a pueblo.
Producción: trigo, cebada, morcajo, avena, yeros y legumbres y ganado yeguar, vacuno y lanar.
A) EL CATASTRO DE LA ENSENADA El Catastro de Ensenada, es el interrogatorio realizado en la Corona de Castilla sobre las características económicas y geográficas de todas sus poblaciones y la información detallada sobre los vecinos, familias, bienes, oficios y rentas. Fue decretada en 1749 por Fernando VI a propuesta de su ministro Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada, que promulgó un decreto sin precedentes hasta la fecha, estableciendo que, pueblo por pueblo, casa por casa y finca por finca, se iba a realizar un recuento exhaustivo y riguroso de todas las personas y riquezas del territorio. El proceso catastral se inicia con: Carta, pregón y bando. El Intendente de la Provincia enviaba una carta a la Justicia (alcalde) del pueblo con traslado de la orden del rey y le anunciaba la fecha de su llegada y la obligación de pregonar y exponer el bando que se enviaba junto con la carta. Elección de representantes del concejo y peritos. Simultáneamente, el alcalde y los regidores debían elegir los miembros del ayuntamiento (concejo) que habrían de responder al Interrogatorio de 40 preguntas; además, debían elegir dos o más peritos entre las personas que mejor conociesen las tierras, frutos y, en general, todo lo referente al lugar (su población, sus ocupaciones, sus utilidades, ganados, etc.) Llegada del equipo catastrador (o audiencia) y primeras diligencias. El Intendente o en representación suya un Juez-subdelegado, iba acompañado de un asesor jurídico, un escribano y los operarios, agrimensores, escribientes y demás dependientes que considere necesarios para acudir a cada pueblo de la provincia. Mandaba citar al alcalde, regidores y peritos y cura párroco para un día, hora y lugar determinados. Si lo consideraba oportuno, el Intendente podía designar otros peritos, generalmente forasteros, que debían expresar su conformidad o disconformidad acerca de los rendimientos o utilidades que los peritos del pueblo declarasen. Se les tomaba juramento, con el párroco como mero testigo. Respuestas al interrogatorio. Llegado el momento, se daba comienzo al Interrogatorio, recogiendo el escribano las respuestas literales («a la letra») dadas por el concejo y los peritos a cada una de las cuarenta preguntas de las que consta el cuestionario. Si los representantes del municipio carecían de datos para responder alguna pregunta, el acto podía suspenderse un tiempo, a condición de hacerlo con reserva, justificación y brevedad. Las autoridades y testigos firman el documento, a excepción del cura párroco. El resultado de este acto daría lugar al documento llamado Respuestas Generales, que quedaba en manos del Intendente. Si a lo largo del proceso catastral posterior se encontraban datos que corregían o ampliaban la información dada en los primeros días, se le añadían notas aclaratorias finales.
El libro Geografía del condado de Castilla en la época de Fernán González persigue la instauración de uno de los primeros jalones de la Geografía Histórica de nuestro país. La base del trabajo, exclusivamente documental, permite el trazado de fronteras y demarcaciones condales, ya casi olvidadas en la lejanía de los siglos, juntamente con el resurgir de lugares desaparecidos y la identificación de otros reducidos o despoblados o alcanzados por hondas transformaciones en su toponimia cuya realidad histórica ya desaparecida en todos ellos corría el riesgo de caer en el olvido.
Castilla, tierra de castillos, los prodigó en la época heroica por sus tierras de epopeya. Pétreos jirones de su historia se albergan en la soledad de sus campos dilatados en ondulaciones de trigales, o en los montes y quebradas vestidas de robledal, y, si en la hondura de sus valles los restos de viejas abadías se sepultan en el silencio, envueltos en sudarios de hiedra, en las alturas, indecisas siluetas de castillos se yerguen aún arrogantes en la luz cegadora de las cumbres, con el gesto retador de siglos lejanos. Las expediciones de Alfonso I de Oviedo (739 – 756) dejan una estela de ciudades, rápidamente conquistadas y abandonadas por toda la cuenca del Duero, al norte de las sierras centrales. Los pobladores cristianos de las villas asaltadas, acompañan al rey asturiano en la vuelta hacia las fragosidades cantábricas, como valiosos elementos para la defensa y población del naciente reino de Asturias. La Crónica de Alfonso III, escrita a fines del siglo IX, agrega en sus relatos sobre Alfonso I noticias de repoblación y de organización en territorios integrados en la monarquía de Oviedo, libres de la dominación musulmana, aunque frecuentemente expuestas a sus ataques y correrías. Entre ellos se menciona el de Vardulia, que en tiempo del cronista se refería Castilla. Los esfuerzos y tareas para despertar la vida en el yermo de estos campos abandonados los entrevemos en los primeros años del siglo IX por los vallejos de Mena y por las rinconadas de Valpuesta, donde la fe abrió rutas, roturó terrenos y levantó altares, en un impulso espiritual que parecía iluminar una visión del porvenir, acariciada por aquellos piadosos obreros, llamados a poner los cimientos a los solares de un gran pueblo. Hacia mediados del siglo IX un grupo de estos venerables varones dirigidos por el abad Pablo, descendían por abruptas quebradas, cortadas por saltos y cascadas del río Purón, y seguían por la hondura de circos rocosos con fondos taladrados por fuentes de aguas copiosas, traspasadas por reflejos de soles altos, en medio de un silencio inflamado por la luz que reberberaban los elevados peñascales vestidos de boj y de helechos. Y seguían la pista de la rumorosa corriente abismándose en el vértigo de tajados escobios, hasta dar salida, en la soledad de aquella «Tebaida» de piedra, a la última angostura, de cara ya a las radiantes claridades del valle de Tobalina, y allí fundaron en el año 852 la iglesia de San Martín de Herrán, dotada con labranzas, fuentes, ganados y ornamentos religiosos. Esta comarca era conocida con el nombre de Pontecerzi y en 978 con el de Fozecerci. Puentes y Hoces. Puentes sencillos de arcada de medio punto suspendidos sobre el salvaje desplome del torrente. Hoy la iglesia no existe, pero su recuerdo perdura en las llamadas huertas de San Martín, tendidas en uno de los declives del desfiladero. Afortunadamente la memoria de la consagración la conserva el cartulario de San Millán, y con ella el inestimable testimonio de la aparición en la historia del nombre de Castilla con categoría condal. «Rodericus Comité in Castilla». El condado se extendía por tierras al norte del Ebro, integradas hoy en el partido de Villarcayo, y tan reducido era que fácilmente podían contarse las columnas de humo que se elevaban de sus pobres e inseguros hogares, desvaneciéndose en la luz que alumbraba el nacimiento del glorioso pueblo, cuyo límite más meridional había de llegar, por los años de 382, a los peñascales de Pancorbo. Esta actividad alcanzaba, por el oeste, las frías parameras, que detienen en las comarcas altas del partido de Villadiego el avance hacia el sur de masas montañosas, inmovilizadas en apariencia de baluartes sobre tierras de cántabro abolengo, recorridas en la lejanía de los siglos por indómitas resonancias vencidas por la Roma imperial. Amaya, nidal de rocas desnudas, encumbrado de cara a estos páramos perdidos en horizontes de brumas luminosas, suena entre las ciudades asaltadas en el siglo VIII por los montañeses asturianos de Alfonso I, pero el eco de su existencia se desvaneció, para reaparecer el año 860, fortificada en nombre de Ordoño I, por el Conde Rodrigo de Castilla, momento consagrado en decires y refranes geográficos por la poesía popular.
El primer documento del que tengo referencia con relación a Humada se encuentra en el Cartulario del Infantado de Covarrubias.
Dicho Cartulario comprende los documentos de mayor interés histórico que desde el siglo X, ó sea desde el nacimiento y formación del condado de Castilla, hasta principios del s. XVI en que se consuma la unión completa de todos los estados españoles bajo el cetro de los reyes de Castilla, tienen relación con el infantado de Covarrubias.
El siguiente documento ha sido copiado literalmente del libro Fuentes para la Historia de Castilla por los PP. Benedictinos de Silos. Tomo II.- Cartulario del Infantado de Covarrubias del Rvdo. P Don Luciano Serrano (1.879-1.944), ilustre historiador burgalés, abad del Monasterio de Silos de la orden benedictina que lo publicó en el año 1.907.
Dicho documento ha sido digitalizado para ponerlo al servicio de todo el que esté interesado a través de internet por lo que es probable que contenga errores lexicográficos. Sin embargo lo he transcrito tal cual aparece en el libro con fin de respetar la autenticidad del mismo.