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‘Harto era Castilla pequeño rincón cuando Amaya era cabeza y Fitero mojón’. Anónimo.
Visitar la peña Amaya es retroceder al pasado más antiguo. Poblada desde la Edad del Bronce, fue capital de los cántabros, escenario de las guerras cántabras contra los romanos. El emperador Augusto la arrasó avanzando desde el cercano Sasamón hacia 29 a.C. Fue nuevamente repoblada por los cántabros que siempre la consideraron su capital, asomada a la meseta. Nuevamente, los godos, bajo el reinado de Leovigildo, la asaltaron en 574, matando a todos sus habitantes. Tras su repoblación, Tarik la conquistó de nuevo en 711. Finalmente, en 860 fue repoblada por el conde Rodrigo para Castilla. Tras el avance de las fronteras hacia el sur siguiendo la repoblación, pasó al olvido.
Peña Amaya es un macizo de 1.377 metros de altura situado al noroeste de la provincia de Burgos.
Se trata de una ‘lora’ o meseta delimitada por grandes cortados calizos de paredes verticales.
Situada al sur de la Cordillera Cantábrica delimita dos regiones geomorfológicas diferentes. La parte norte, con valles muy marcados, se asemeja al paisaje cántabro, mientras que al pie de la vertiente sur se abre una extensa planicie propia de los campos de Castilla.
CÓMO LLEGAR
Salimos de Burgos por la E-80/BU-30 en dirección Valladolid/Palencia/A-231/León.
Desde la A-231 tomamos la salida 145 hacia BU-406/Villanueva de Argaño/Villadiego/Estepar.
Dejamos la autovía y giramos a la derecha hacia BU-406.
Cruzamos la N-120 en Villanueva de Argaño para tomar la C-627 hasta Villadiego.
En la rotonda de la entrada a Villadiego tomamos la tercera salida en dirección Alar del Rey por la BU-601
Giramos a la derecha en dirección Alar del Rey de nuevo por la C-627 hasta Sotresgudo.
Pasado Sotresgudo tomamos, a la derecha, la BU-623 para llegar hasta Amaya.
RUTA PEÑA AMAYA
Una vez en el pueblo, hay que coger una pista que sale del mismo casco urbano y bordea la peña por su flanco sur. Este camino nos dejará en un aparcamiento exactamente frente a la entrada por su lado SO.
En primer lugar, ya a pie, accedemos a la planicie inferior de la peña a través de un callejón excavado en la roca viva. Es ésta la antigua entrada que daba acceso al castro fortificado.
ANTIGUO POBLADO CÁNTABRO
Por nuestra derecha continúa el camino, esta vez peatonal, que nos permite acceder sin mayores esfuerzos al emplazamiento del emblemático castro celta, que data del año 900 a. C. y que constituía la capital del pueblo cántabro. Una vez en el llano, es fácil divisar restos de edificaciones, ya que se ven perfectamente alineaciones de viviendas del antiguo poblado primero prerromano y luego medieval que se emplazó aquí.
A nuestra izquierda, dominantes, las dos moles rocosas, llamadas “muelas” que componen peña Amaya: el Castillo y Peña Amaya propiamente dicha.
EL CASTILLO
Comenzamos por la más cercana y de menor en tamaño: la llamada «el Castillo«, por saberse que albergó una fortaleza medieval de la que hoy apenas quedan algunos fosos y restos difusos de muros.
Comenzaremos la ascensión por la ladera guiados por un atajo, poco marcado, que va subiendo hasta la misma base de la roca sin ninguna dificultad.
Bordeamos la roca a la búsqueda de un portillo para subir a la meseta superior y lo encontramos por su lado este. A la izquierda según subimos vemos la otra muela o peña Amaya propiamente dicha. Por una pequeña canal, ascendemos y alcanzamos la plataforma superior del Castillo.
Su cima es un pequeño páramo desde el que se divisa una amplia llanura hacia el sur: el inicio de la meseta castellana.
Es fácil descubrir los restos del antiguo castillo ya que se aprecian fosos y terreno muy desigual con restos pétreos que sugieren que aquí hubo construcciones.
Las vistas son excepcionales.
A nuestra izquierda la Peña de Albacastro, de la que nos separa un profundo vallejo.
Frente a nosotros tenemos la peña Amaya principal.
Mirando hacia el sur, divisamos la meseta castellana sin límites. Las vistas alcanzan muchos kilómetros.
En primer plano se ven los restos del antiguo poblado.
Se comprende el por qué fue este lugar tan estratégico para los antiguos cántabros. Su posición, a modo de atalaya avanzada, servía de vigilancia hacia el sur, desde donde venían todas las invasiones y peligros.
PEÑA AMAYA
Desde el castillo, bajamos por otra canal entre las rocas hasta portillo que separa las dos peñas y avanzamos por el lado izquierdo de Peña Amaya por un sendero, junto a la imponente pared rocosa.
Seguimos la estrecha senda pegada a la pared, a la búsqueda de algún portillo que nos permita subir a la meseta superior.
Recorrido apenas medio kilómetro encontramos un pasillo estrecho y cubierto de hierba por donde ascendemos a la plataforma superior de la Peña.
La meseta superior de la peña es una inmensa planicie rocosa y llana desde donde el panorama que se contempla es de gran valor paisajístico.
En la siguiente fotografía se ve el pueblo de Puentes de Amaya, actualmente abandonado.
Una vez arriba nos dirigimos hacia el norte donde se encuentra un punto geodésico, un buzón de montañeros y un caseto o chozo. Estamos en la cima de peña Amaya (1377 m).
Desde aquí se tiene una hermosa vista sobre la montaña palentina, con el Espigüete y el Curavacas destacando en el horizonte. Frente a nosotros abajo, tras el pueblo de Rebolledo-Traspeña, divisamos la Peña Lora.
Observamos también las loras más cercanas. A nuestra izquierda, si miramos hacia el norte, tenemos la espectacular lora de Albacastro, inmensa.
A nuestra derecha, algo más alejada, la mole de la Peña Ulaña.
Emprendemos el regreso por el lado contrario al que hemos ascendido a la peña. Desde la cima caminamos unos doscientos metros hacia el este para encontrar con facilidad un portillo por el que descendemos sin mayores problemas.
Bajamos por camino de piedras sueltas hasta llegar a un sendero inferior que tomamos hacia nuestra derecha, en dirección a la peña del Castillo.
Descendemos a un nivel inferior escalonado de la meseta superior y caminamos pegados a los ciclópeos muros que quedan a nuestra derecha. Avanzamos al encuentro del portillo o collado que separa las dos muelas. De esta manera circunvalamos la totalidad de la peña y exploramos todos sus costados.
Siguiendo siempre la estrecha senda junto a la pared rocosa, llegamos al collado. Según nos acercamos, disfrutamos de otra perspectiva de la peña del Castillo ya explorada antes.
Desde su base, ya solo tenemos que descender ladera abajo hacia la canaleja de entrada y retornar al punto de partida.
UN POCO DE HISTORIA
Amaya ha sido habitada desde la Prehistoria. A fines de la Edad del Bronce (siglo X a. C.) se detecta una mayor presencia humana para acabar convirtiéndose en la Edad del Hierro en uno de los principales castros cántabros. Fue conquistada por los romanos en el transcurso de las Guerras Cántabras (29–19 a. C.), quienes fundaron la ciudad de Amaya Patricia.
Ocupada en el 574 por el rey visigodo Leovigildo, se constituyó en una de las principales plazas del ducado de Cantabria y en fortaleza contra las incursiones de grupos de cántabros y vascones no sometidos. En el 712, Táriq_ibn_Ziyad toma la ciudad y vuelve en el 714 a sofocar una rebelión, arrasándola. El dux Pedro huye a las montañas del norte. Tras la rebelión bereber del 740, la zona queda desorganizada y no es hasta el 860 cuando Rodrigo por mandato del rey asturiano Ordoño I repuebla la ciudad. Rodrigo habilitó las defensas y la ciudad e hizo de Amaya la capital de una marca hostilizante y aguerrida, y así se convierte en otra fortaleza del frente asturiano. Parece ser que la ciudad se trasladó a la llanura en torno al siglo XII, aunque el castillo estuvo en uso hasta el siglo XIV.
Las comarcas occidentales del antiguo partido de Villadiego, inclinadas normalmente hacia el río Pisuerga, integraban el Alfoz y condado de Amaya, cuya fortaleza, erguida en la peña de su nombre, fue reedificada el año 860 por el conde Rodrigo de Castilla, citado documentalmente en escrituras de los años 853 y 862. ”Harto era Castilla pequeño rincón cuando Amaya era cabeza y Fitero mojón»
Si tuviésemos que elegir un enclave de leyenda en la vieja Castilla, aunque fuese por mera acumulación de gestas e historias, tendríamos que apostar sin duda por Peña Amaya. La difícil forja del Condado y después Reino de Castilla tuvo en este rincón del norte de Burgos su punto de inflexión en lo sentimental y en lo simbólico. Su posición estratégica siempre le otorgó un papel destacado desde la Edad del Bronce, cuando los primeros hombres se asentaron en lo alto de la Muela, una meseta caliza elevada y aplanada por los vientos y la erosión. Con apenas algo más de 1300 metros, Amaya constituye las primeras estribaciones de la cordillera Cantábrica hacia las amplias llanura de la tierra de Campos y la meseta del Duero y resulta visible a decenas de kilómetros desde las provincias de Burgos y Palencia, por lo que constituía una posición defensiva de primer nivel.
Las legiones romanas de Octavio Augusto rindieron la peña en el año 29 a.C., sólo tras el cerco creado por tres importantes campamentos militares, Segisama (Sasamón), Pisoraca (Herrera de Pisuerga) y Juilóbriga (Reinosa) y con la ayuda de 70.000 legionarios. El historiador Estrabón, relató historias de la encarnizada lucha y coste para someter al pueblo cántabro: «…la táctica y el número obtuvieron la victoria final, pero los vencidos dejaron pruebas impresionantes de su amor a la independencia. (…) las madres que matan a sus hijos para que no caigan en el poder del vencedor, el mozo que viendo a sus padres y hermanos prisioneros, los mata a instigación de su mismo padre, el guerrero que invitado a un convite, se arroja a las llamas, la mujer que se suicida después de acabar con sus compañeros de cautiverio, los que se envenenan con el tóxico de hierbas que llevan siempre consigo en previsión de la desgracia, y aquellos otros, mas heroicos todavía, desde las cruces donde expían el castigo glorioso de haber defendido su patria, insultan a sus enemigos y cantan alegres canciones de guerra …». No resulta de extrañar por tanto que aquí se vislumbrara también por primera vez la gran aventura de la Reconquista.
En época visigoda fue la capital del ducado de Cantabria, una región difícil que no fue del todo sometida ni siquiera bajo el Imperio Romano. Cuando Tarik cruzo el estrecho de Gibraltar en el año 711 aquí se encontraba el rey Rodrigo y buena parte de los efectivos militares del reino, que cruzaron toda la Península para ser derrotados en Guadalete. Poco después las hordas bereberes sometieron Toledo, y la aristocracia visigoda se vio obligada a huir con celeridad refugiándose entre los muros de Amaya cargados con sus inmensos tesoros.
Perseguidos por los musulmanes, la plaza fue rendida por hambre y sed, pero de esa derrota nació el germen del primitivo reino asturiano. El hijo del duque de Cantabria que dirigió la resistencia, de nombre Alfonso, sucedería a Pelayo y su hijo Fávila al frente del pequeño bastión cantábrico. Poco podía pensarse entonces que aquellos primeros momentos serían tan decisivos, ante un enemigo mucho más organizado y poderoso que a punto estuvo de aplastar la rebelión.
En el año 860 el primer conde castellano, de nombre Rodrigo, repuebla la fortaleza y villa de Amaya que había quedado abandonada en esa frontera de seguridad que se había establecido entre los contendientes. Probablemente fue entonces cuando aquellos rudos guerreros se asomaron por primera vez a los horizontes castellanos con el objetivo de recuperar lo perdido, y cuando comprendieron la larga tarea que les quedaba por delante. Hoy apenas quedan restos del castillo del duque Pedro y algunas pocas viviendas del poblado cristiano fundado entonces.
En el siglo XII la villa se traslada al actual emplazamiento del pueblo de Amaya, permaneciendo habitado y vigilante la guarnición del castillo hasta el siglo XIV. Algunos maltrechos muros pueden contemplarse todavía en la fortaleza. Mejor conservados se encuentran los restos de las casas y de la muralla del poblado altomedieval, casi en el collado que separa La Muela de la Peña del Castillo; lo que nos resulta difícil de comprender, es cómo podían sobrevivir los hombres de la Edad del Bronce en lo alto de la dolina, expuesta a unas condiciones meteorológicas terribles y al asedio continuo de la máquina militar romana. Las gentes que vivieron en Amaya forjaron un carácter más duro que la piedra de la que está hecha, hombres y mujeres de una integridad plena a los que el historiador Estrabón hace justicia con su relato.
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