El sendero de los Piscárdanos

El río Odra, tras su nacimiento y su paso por el pueblo de Fuenteodra, después de cruzar la fértil vega del valle de Valdehumada,  logra abrirse paso entre las rocas calcáreas formando un largo desfiladero hasta salir junto al pueblo de Congosto. En el trayecto sus aguas cristalinas han dado lugar a interesantes fenómenos geológicos (rápidos, ollas  o marmitas, remansos, saltos, pequeños meandros…) que configuran un paisaje de singular belleza.

Existe un sendero, paralelo al río que servía de comunicación entre Congosto y los restantes pueblos de Valdehumada. Recuerdo, que el panadero lo recorría con caballos para abastecer de pan a los vecinos de Congosto

Hasta hace poco la maleza había invadido dicho sendero haciéndolo intransitable por lo que era preciso dar rodeos para recorrer el trayecto de unos siete kilómetros para salvar la distancia entre el valle de Valdehumada y Congosto.

Actualmente gracias al trabajo de la asociación Voluntarios x Congosto y de Medio Ambiente se ha recuperado el antiguo sendero permitiéndonos disfrutar de este singular paisaje.

Desde estas líneas nuestro agradecimiento a este grupo de personas, que de forma desinteresada, con ilusión e interés, han llevado a cabo la encomiable tarea en pro de la recuperación y disfrute del entorno natural.


LOS PISCÁRDANOS

El origen del llamativo nombre de los Piscárdanos, tiene varias teorías: para unos significaría «pies cárdenos» por lo agreste del camino, para otros, provendría del topónimo cántabro «pis» con el significado de río y «car» roca, con lo que sería «río de rocas»..

La ruta de los Piscárdanos es la consecuencia de la asociación de río y roca, con una vida vegetal y animal que hace suyos estos elementos. La vegetación surge en este ambiente de agua y suelos y crece unas veces exuberante y otras escasa, según las condiciones del terreno en las que se desarrolla lo que determina la presencia de distintas especies de animales, cuyas formas de vida se pueden observar directamente o a través de sus huellas o de sus rastros.   

RECORRIDO

El recorrido  no presenta grandes dificultades orográficas, pero al tener que cruzar el río Odra en ocasiones es aconsejable hacer la ruta cuando el río no lleve mucho caudal: verano y otoño  llevar calzado adecuado.. La distancia a recorrer, como hemos indicado anteriormente, es de unos siete kilómetros, por lo que se puede realizar perfectamente en una mañana, sin olvidarnos de que deberemos detenernos frecuentemente para ir observando los valores paisajísticos que conforman su flora y fauna.

1. CONGOSTO

Nuestro punto de partida es el pueblo de Congosto. Congosto es una palabra española procedente de angosto, del latín “coangustus” y que define el Diccionario de la Lengua como desfiladero entre montañas. Este topónimo hace clara referencia a las circunstancias físicas que rodean el lugar y las mismas que nos acompañarán cuando, al realizar la ruta, descendamos por el curso del río Odra que abre paso entre desfiladeros antes de llegar a la amplitud de la llanura.

Iniciamos el recorrido desde el mismo pueblo de Congosto, buscamos el camino que al final del pueblo sube a los pies de la iglesia, continuamos por él y, cuando se bifurca, tomamos el de la derecha, caminando por un ancho camino entre verdes prados.

Se asciende a media ladera mientras observamos el estrecho valle abierto por el río. Caminamos pisando unos terrenos rojizos en los que hay encajados unos grandes cantos rodados de naturaleza calcárea; corresponden a los conglomerados terciarios procedentes de la erosión de las calizas del secundario situadas más al norte. La vegetación circundante es de aulagas, tomillos, espliegos, gamones y enebros que van colonizando las laderas y densificándose hasta constituir pequeñas masas compactas.

 El desfiladero se intuye cercano ya que divisamos una gran muralla vegetal frente a nosotros flanqueada por paredes rocosas camufladas entre la espesura. Entramos en el desfiladero. El camino se convierte rápidamente en senda y caminamos sin dificultad por la orilla dejando el río siempre a nuestra derecha. El Odra se va encajonando y estrechando entre escarpadas peñas a los dos lados. Al ser su naturaleza caliza, como todas las montañas de las Loras, hay multitud de cuevas y oquedades en sus paredes.

2.- LA CUEVA DEL CARTUJO

Tras recorrer apenas un kilómetro, la muralla rocosa forma un amplio arco a nuestra izquierda. Arriba divisamos grandes oquedades en la roca. Una de ellas, la más visible, es la llama Cueva del Cartujo porque cuenta la tradición que en ella vivió durante algún tiempo un ermitaño de esta orden. Es fácil encaramarse por la ladera y llegar hasta ella, ubicada unos 100 metros ladera arriba. Una cuerda en la entrada de la cueva, nos ayuda a penetrar en su interior donde hay restos inconfundibles de habitación y de haber servido de vivienda. Las vistas del desfiladero desde aquí son magníficas. 

Descendemos y nos incorporamos de nuevo al camino y continuamos por la margen del río penetrando más en el desfiladero, cada vez más espeso de vegetación.

El camino está señalizado como PR (pequeño recorrido) y en cierto punto, señalizado, debemos cruzar el río. No hay gran dificultad porque en el punto indicado el Odra forma un pequeño vado. Sin duda en épocas lluviosas puede resultar dificultoso pues las orillas son bajas.

Continuamos por la otra orilla, ya por terreno más despejado, ya que la senda se eleva unos metros sobre la ladera lo cual nos facilita el progreso. Las vistas sobre el desfiladero son mejores ya que estamos unos metros sobre el nivel del río.

Poco a poco vamos progresamos dentro del desfiladero y dejamos atrás los tramos más angostos.

3.- EL POZO DE LA OLLA

Ya cerca de su extremo norte, pasaremos junto a un lugar llamado el Pozo de la Olla, en el cual el río forma una pequeña cascada que cae sobre un profundo pozo del que cuenta la leyenda que hace muchísimos años se cayó un carro con los bueyes desapareciendo debajo de las aguas sin que se volviera a encontrar ningún rastro de ellos

Seguimos y abandonamos el desfiladero atravesando una angostura entre enormes paredones rocosos, saliendo ya a campo abierto.

En este tramo nos encontramos una pequeña caseta que mide el aforo del río. Es la señal de un viejo proyecto que hubo a comienzos del siglo XX para construir un embalse en este punto y que ha vuelto a replantearse no hace muchos años.

Desde aquí, no hay ya caminos marcados, y lo mejor es continuar siguiendo como referencia la margen del río, que queda ahora oculto bajo una muralla vegetal a nuestra izquierda y debemos cruzar. Buscamos el mejor sitio, tarea nada fácil ya que el lecho del río es profundo y la vegetación forma una espesa muralla difícil de atravesar. Con mucha precaución, encontramos un pequeño vado en el que conseguimos pasar a la otra orilla, incorporándonos a un camino que rápidamente gira a la izquierda.

El camino, gira hacia el oeste, ya a la vista de la Peña Amaya que queda frente a nosotros.

4.- EL VALLE DE HUMADA

Seguimos por el camino que deja atrás las encinas para seguir paralelo a unas estrechas tierras de cultivo. Un poco más adelante, nada más atravesar unas paredes rocosas, abandonamos el camino que continúa en dirección a Villamartín de Villadiego y cruzamos hacia la derecha unas pequeñas praderas hasta avistar el amplio valle de Humada. Desde aquí, Amaya se sitúa a la izquierda, la peña Ulaña a nuestra derecha y al frente vemos la Lorilla cuyas laderas están pobladas de robles. Diversos pueblos se dispersan por el valle. En frente, Humada, debajo de la peña Ulaña, al resguardo de la peña Amaya, Villamartín. Un poco más lejos se encuentra Rebolledo Traspeña y, a su lado, Fuenteodra. Mientras, dominando todo el valle es muy fácil observar en el cielo la silueta del buitre debido a que existe una nutrida colonia que anida en las peñas cercanas. Iniciamos el descenso hacia el valle siguiendo una estrecha vaguada en dirección a un puente por el que cruzamos el Odra para situarnos en su margen izquierdo, continuamos por el camino hasta una pequeña loma donde el camino hace una pequeña curva. Desde aquí buscamos el límite entre las tierras de cultivo y las praderas bajamos por ellas hacia la derecha hasta encontrar un camino que tomamos y que seguimos hasta encontrar el río al que seguiremos, desde este punto, en su curso descendente.

Medio atravesada la llanada, dirigimos nuestra vista hacia la derecha y veremos un pequeño cerro en el que se conservan restos de un antiguo poblado de la Edad del Hierro. Es el castro de San Quirce. Los restos visibles que hoy quedan son los pertenecientes a su muralla y diseminados algunos fragmentos de cerámica en su superficie. Los castros son pequeños poblados ubicados en lugares altos, dominando una llanura o un punto estratégico, rodeados de farallones rocosos y amurallados en las zonas de acceso. La población que vivió en San Quirce no fue muy numerosa, pudiendo ser muy bien un asentamiento estacional para proteger el paso hacia el valle de Humada.

Este camino realmente se dirige al pueblo de Villamartín de Villadiego, ubicado en la misma base de la peña, por lo que debemos salirnos de él por una linde tierra para ascender hacia las elevaciones rocosas directamente sobre el desfiladero, que queda ahora a nuestra izquierda oculto. La subida por caminos inciertos es sencilla y sin ninguna dificultad. Desde esta altura, contemplamos mirando al norte el Valle de Humada, hacia el oeste las Peñas Amaya Albacastro y hacia el el este las Peñas Castillo y Ulaña.

Por este cordal rocoso, emprendemos el regreso definitivo hacia el sur. La orientación es fácil porque siempre tendremos el desfiladero y el río a nuestra izquierda y la inconfundible silueta de la Peña Amaya como referencia a nuestra derecha.

En seguida, visualizamos un camino que viene por nuestra derecha, al cual nos incorporamos. Por él, llegaremos al pueblo de Congosto en apenas quince minutos.

La angostura y la dificultad del camino ya recorrido se nos ha hecho presente en los topónimos de Congosto y Piscárdanos pero, pese a todo, hemos recorrido uno de los rincones de mayor interés de la comarca.

Para destacar el sentido de alejamiento e inaccesibilidad de este lugar, en algunos pueblos de la comarca, entre ellos Grijalva, usan el dicho “está en los Piscárdanos” cuando algo o alguien se encuentra muy lejos… lejísimos. Una vez en Congosto podemos leer el fragmento de esta poesía escrita por un congosteño que conocía y sentía profundamente la naturaleza que rodeaba su pueblo.

Hermano pastor,

feliz congosteño:

tu empresa es hermosa,

la conoce el cielo…

y el águila errante

que cruza en silencio

el páramo triste.

Y aquel negro tordo,

tozudo parlero,

que en el alto chopo

desgrana su canto

en marzo, en febrero,

al caer la tarde o de madrugada.

Lo sabe el jilguero,

lo sabe el milano,

lo sabe el vencejo

y la golondrina

que allá, en el alero

de la pobre casa

construyó su nido

para los pequeños.

Y también lo sabe

el pardo mochuelo,

que en la oscura noche,

al llegar febrero,

lanza sus chillidos

desde el viejo olmo

y asusta al viajero.

Y hasta la guandilla

conoce el secreto,

cuando allá en el aire,

traza enormes círculos

muy cerca del cielo

y aquel feo buitre,

torpe, carroñero,

que, tras el banquete

de carne asquerosa

apenas si puede levantar el vuelo.

Y lo sabe el lobo,

el lobo protervo,

que se esconde astuto

detrás de la carrasca

o que se desliza,

goloso y hambriento.

PEDRO PÉREZ

Fuente

http://sendasdeburgos.blogspot.com.es/

Libro: Caminando por las Loras

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