La Ulaña, paraíso convertido en roca
J.Á.G.
– viernes, 23 de diciembre de 2022
No lejos de la legendaria Peña Amaya y casi pegada a Peña Castillo se alza la maciza mole caliza de este sinclinal loriego que domina el valle de Humada. Albergó uno de los mayores castros prerromanos europeos
La legendaria Peña de la Ulaña, no lejos de la soberbia Peña Amaya, es otro de los enclaves, sin duda, más míticos dentro de la arqueología y la historia del norte de España. Esta increíble atalaya natural, situada entre las localidades de San Martín de Humada, Los Ordejones y la propia Humada se asemeja -es ineludible la comparación- a un enorme transatlántico varado en un verde mar interior. A lo largo del recorrido se abren unas impresionantes vistas panorámicas sobre los paisajes cercanos y además se puede observar una rica y variada flora y fauna adaptadas a vivir en las duras condiciones que estas peñas imponen. Buitres, águilas y otras rapaces diurnas y nocturnas, anidan en los cantiles por lo que es importante no acercarse a los cortados en época de cría. Hay que tener también en cuenta que estamos en la Zona de Especial Protección para las Aves ( ZEPA Humada-Peña Amaya), además de Lugar de Interés Comunitario. Esas son las dos razones por las cuales esta área del geoparque de las Loras se ha librado del impacto visual de esos altos aerogeneradores que se otean en el infinito paisaje.
Geológicamente hablando, la Peña de la Ulaña es un típico sinclinal colgado que se eleva unos 230 metros sobre el terreno circundante, pero ahí arriba, en esa elevada plataforma y en sus cinturones escalonados, se esconde un castro datado en la segunda Edad del Hierro, y que tuvo ocupación altomedieval. Esas casi seiscientas hectáreas que ocupa le convierten en el mayor de la Península y uno de los mayores de Europa, como apunta Nicolás Gallego, geólogo y miembro de la Asociación para la Reserva Geológica de Las Loras (Argeol), que nos acompaña de nuevo en esta descubierta viajera por tierras de Amaya. Aunque la ruta más cómoda parte del pueblo de San Martín de Humada, existe otra, más esforzada, por los cortados de Peña Ulaña, junto a las ruinas del molino del tío Bernabé, en Ordejón de Abajo. Además de aceña, posta y parada de coches de línea fue, como recuerdan, incluso paritorio de urgencia para muchas embarazadas sin tiempo para dar a luz en sus casas.
Las cristalinas aguas del potente manantial del arroyo de los Ordejones surgen sobre las rocas a pocos metros molino, y eran desviadas por el cauce molinar y remansadas en una alargada balsa. Arriba, libre de maquilas aún, el arroyo discurre por la ladera de este bello sinclinal, acompañando con su rumor el ascenso a Peña de la Ulaña. Utilizando una improvisada pasarela de madera, que sustituye el pasadero hecho de piedras, discurre también una senda que conduce a la espectacular torre natural de Peña Castillo, una solitaria lora desprendida ligeramente de la faja rocosa que protege en todo su perímetro de Ulaña. Albergó -de ahí el nombre- una alta fortaleza que dominaba el valle de Humada, cabeza del alfoz de los Ordejones. Nunca se encontró -a pesar de las catas y excavaciones realizadas- el pellejo de cuero con las monedas de oro que dicen que estaba escondido en sus entrañas, pero la leyenda del tesoro sigue viva en la comarca. No lo busquen con detectores de metal si no quieren acabar en el cuartel de la Guardia Civil de Villadiego porque -al igual que la Ulaña- es zona arqueológica protegida. En medio de dos gigantes el cantil parece inexpugnable, pero es accesible por, eso sí, un empinado sendero que rodea Peña Castillo, que presenta un punto débil en el costado norte. Por una grieta se accede a la meseta, donde hay evidencias de que también existió un castro celtibérico y asentamiento romano cántabro, anterior al castillo medieval.
Senderos naturales. Volviendo a los cortados de la Peña de la Ulaña, un escarpado y bello sendero natural, en algunos tramos excavado en roca, y en el que no falta masas boscosas y roquedales, permite acceder a esta emblemática lora. Por una y otra ruta, el caso es plantarse en la meseta superior de este castro y tener suerte de que la niebla no la cubra, porque es especialmente querenciosa con ella, según cuenta Nicolás Gallego. Relata que en verano ha habido días en los que ha subido abrigado con ropa de invierno porque el aire, por estos lares, además pega fuerte. Por cierto, hay un vallado de alambre de espino que hace de mojón entre los términos de los Ordejones y San Martín de Humada, pero tiene accesos.
En la rocosa planicie son aún visibles y detectables, a pesar de su ruina, los paños de la muralla de piedra que se elevó allí donde la peña no era inexpugnable. Desde el sur resulta orográficamente casi imposible alcanzar la plataforma a lo largo de tres kilómetros, ya que existen una serie de farallones naturales que en muchos casos alcanzan los 60 metros de altitud. El castro y el ‘cinto’ se estima que tenían una extensión total de 586 hectáreas, de las cuales 285 se desarrollan en la meseta y las restantes pertenecen a la vaguada exterior que conectan la parte más «baja» del yacimiento, donde, por cierto, se encontrado algunos restos arqueológicos. Las excavaciones realizadas hasta 2012 por equipos de la Universidad de Cantabria han permitido descubrir vestigios cerámicos y metálicos -una fíbula de bronce, un regatón de hierro, un denario de Turiaso…- de ese largo pasado. Algunos objetos y materiales hallados se encuentran en el Museo de Burgos. Hoy las catas y depósitos investigados están protegidos por tierra y es que en esta zona, a pesar de estar declara Bien de Interés Cultural desde 2006, ha sido objeto de numerosos expolios.
Los investigadores cuentan que hubo una muralla transversal de unos 257 metros aproximadamente, con una anchura de 3.5 metros. Se cree que la altura podría oscilar entre los cuatro y cinco metros. Nada de acarrear ni trabajar la piedra, con la caliza de la alta paramera y un relleno de cantos -y si acaso algo de arcilla como socorrida argamasa- se construyeron estos paños y las casas de las que hoy solo conservan algunas ruinas.
A un centenar de metros del aparcamiento, valladas, se elevan al cielo un enjambre de antenas, junto a una construcción. Más al fondo se halla la basa del punto geodésicos (1.226 metros), pero en el medio del pedregal -de punta a punta de la plataforma de la peña hay cinco kilómetros- si se observa con atención se ven las estructuras habitables dispersas por la altiplanicie. Se han encontrado casi trescientas. Las excavaciones realizadas han permitido considerarlas como prerromanas, existiendo una gran variedad en cuanto a su forma. Algunas son ovaladas, otras rectangulares o circulares, incluso se han hallado algunas en forma de la letra griega «pi». Tanto la muralla transversal, que divide en dos el castro como en el flanco sudeste, se aprecian estructuras tumulares de piedra que pudieran ser necrópolis de la Edad del Hierro.
A lo largo del recorrido, desde distintos miradores se puede disfrutar, asomados con precaución a los cantiles, unas magníficas vistas panorámicas de toda la comarca oeste burgalesa, Las Loras, por supuesto- y la nevada Montaña Palentina así como los altos picos de la Demanda en un día despejado. Un atractivo adicional y que tiene que ver con la luz solar es que, dependiendo de las horas, cambia y mucho la visión. En este sinclinal colgado, por ciento, cuenta con algunos chozos de pastores que están reconstruyendo vecinos de San Martín de Humada por prestación personal. No hay otros refugios aunque, según comentó, Nicolás Gallego, hay un proyecto para rehabilitar en el futuro unos de los pequeños edificios para este uso. Esta cima, una gran superficie prácticamente plana, está salpicada de aislados bosquetes de encina y pinos de repoblación, incluso en la entrada, sobre la roca, se puede ver un pequeño tejo que lucha por sobrevivir. Además hay una pequeña laguna que está al albur de las lluvias. Además, en los cielos es fácil contemplar el pausado vuelo de buitres leonados, alimoches, milanos… y, si acaso, la majestuosa y elegante silueta del águila real aprovechando las corrientes cálidas. Corzos, jabalíes, gatos monteses y zorros también habitan a ras de tierra estos lares. La peña de La Ulaña no solo esconde en sus entrañas ese castro prerromano, su secreto mejor guardado, es también una lección de geología y de naturaleza además de un magnífico mirador natural. Las cristalinas aguas del potente manantial del arroyo de los Ordejones surgen sobre las rocas a pocos metros molino del tío Bernabé.
*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir del 10 de abril de 2021.