Por las loras de Burgos tras el nombre de Amaya
El Correo
20 octubre 2016
· Las ruinas de la Amaia Patricia histórica se encuentran cerca de la pequeña aldea del mismo nombre. La iglesia de San Julián y Santa Basilisa de Rebolledo de la Torre es una obra cumbre del románico
Amaya o Amaia es un nombre vasco popular y muy extendido que curiosamente no figura en el Santoral y que quizá no sea vasco. Su origen hay que buscarlo en la ciudad celtibérica luego romanizada de Amaia Patricia, en la localidad del mismo nombre, al Noroeste de la provincia de Burgos. Los filólogos afirman la raíz del topónimo ‘Amaya’ es indoeuropeo y quiere decir ‘am(ma)’ o ‘madre’. El sufijo io-ia servía para formar nombres de acción o nombres de lugar, por lo que el significado de Amaya o Amaia es ‘ciudad madre’ o capital.
El arraigo popular del nombre llegó tras la publicación en 1879 por parte del escritor navarro natural de Viana Francisco Navarro Villoslada de la novela ‘Amaya o los vascos en el siglo VIII’. Fue un éxito en su tiempo. En ella destaca la valentía de los vascos cristianizados en la lucha contra el islam tras la caída de la monarquía visigoda. Derrotan a la morisma y repueblan Castilla.
Navarro Villoslada tuvo el acierto de tomar el nombre de la desaparecida ciudad de Amaya. La eufonía de Amaya (Amaia) hizo el resto. También es la excusa para recorrer una comarca tan bella como deshabitada como es la paramera de Villadiego, descubrir las espectaculares loras, visitar las ruinas de Amaya y el románico de Albacastro y Rebolledo de la Torre.
1. Meseta de Castro Amaya. 2. Iglesia de San Pedro. 3. Carteles de Amaya.
Información útil
Cómo llegar: N-627 entre Burgos y Aguilar de Campoo y Reinosa. Desvió BU-V-6216 a Humada y Amaya. De Humada BU-V-6216 a Rebolledo de la Torre
Información:www.proyectogeoparquelasloras.es
Qué ver: Castro celtibérico y lora de Peña Amaya. Humada. Románico de San Pedro Apóstol de Albacastro y San Julián y Santa Basilisa de Rebolledo de la Torre, monumento nacional desde 1931.
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La lora de La Ulaña
El relieve poderoso de las loras de la Ulaña y Peña Amaya es nuestro referente en el páramo. Abandonamos la N-627 para conducir por una carretera estrecha, entre interminables campos de cereal y girasol. Algún bosquete de robles y la línea de chopos en arroyos y humedales rompe el equilibrio de un paisaje agrario y desde hace tiempo desierto. Algún corzo solitario nos sorprende con su carrera. Cruzan perdices. También vuelan buitres y alguna águila.
Llegamos a Humada, cruce de caminos bajo la sombra de la poderosa lora de La Ulaña. Es la más grande de estas mesetas o plataformas calizas de superficie aplanada, fruto de la erosión, que destacan en la paramera.
Ocupa 586 hectáreas y estuvo ocupada por un castro en la Edad del Hierro (siglo I a C.). De aquello quedan las murallas que protegían el recinto; los muros de habitáculos descubiertos en las excavaciones y poco más. Una carretera sube hasta el alto y permite disfrutar de un panorama espectacular.
La ruinas del castro de Amaya
Pero no vamos a La Ulaña, sino a Peña Amaya la más montañera de las loras. Un peñasco calizo impresionante con farallones cortados a pico que alcanza los 1.370 m de altura sobre la meseta. La carretera serpentea entre los cultivos, pasa el modesto río Odra y entra en Amaya. El pueblo es pequeño, típico de la castilla más rural. Se recorre en una vuelta. Calles asfaltadas donde se alinean casas antiguas bien restauradas con otras no tanto. Antiguas escuelas reutilizadas. Adobe, caliza y ladrillo. Arados y tractores abandonados, cardos, fuente y la iglesia de San Juan Bautista en lo más alto. Renacentista de buena sillería edificada sobre un templo anterior. No hay bar, pero sí una Casa Rural.
Cuenta el geógrafo Pascual Madoz en su famoso Diccionario de 1845 que ‘…tiene casas de mediana fábrica, la consistorial, un hospicio para albergar a los transeúntes pobres y escuela de primeras letras a la que asisten 40 niños’. En el año 1950 tenía 412 habitantes. Ahora no llegan a 50.
El castro de Amaya y la peña están encima del pueblo. La cima está reservada a los montañeros, pero el poblamiento celta y posterior ciudad romana de ‘Amaia Patricia’ es accesible. ¿A pie o en coche? Esa es la cuestión. Recomendamos hacerlo a pie por la pista de grava carrozable (letrero indicador) que sale de los más alto del pueblo. 2,2 km que se recorren con tranquilidad. Nos llevan al aparcamiento alto. Un corto repecho nos deja en la puerta de la vieja Amaya. Cuenta Dionisio Ridruejo en su libro ‘Castilla La Vieja’’ que ‘las fortificaciones que tuvo y que hubieron de ser soberbias han caído en escombros’. Tenía razón. Allí los celtas se defendieron de los romanos y los visigodos de los árabes de Tariq antes de difuminarse en la historia de Castilla.
El cerro del Castillo
El llano del castro quedó yermo en los años 70 del siglo pasado. Se abarca con la mirada. Un recorrido sin historia que nos permite pasear entre los restos de las excavaciones que aún están en curso.
En dirección a la lora vemos el cerro de El Castillo. Un peñón sobre el que se levantó una fortaleza medieval (s. IX) de la que no queda ni rastro. En el s. XVIII estaba arruinada. Y en 1924 quedaban unos muros y unos silos subterráneos. Estaba protegida por dos torres, una muralla y un foso.
Recorremos la meseta con tranquilidad. En primavera y verano pulula de insectos y pajarillos. Ahora en otoño la sensación de soledad y abandono sobrecoge. Desde los altos del Castillo las vistas de la cercana sierra de Albacastro y la llanura palentina son dilatadas. Vuelta a Amaya pueblo por la ruta de subida. Trago en la fuente y de nuevo en la carretera para regresar a Humada.
Fósiles e historias de Humada
Humada es un pueblo agrícola, disperso al pie de La Ulaña que ha sufrido los efectos de la desertización. En 1970 tenía 1.019 habitantes, ahora 150. Buenas casas, entre ellas alguna edificada en los prósperos años 20 del siglo pasado. Una de ellas está ocupada por lo que hace 80 años fue una tienda-mercería-colmado.
Después de la guerra pasó a ser ultramarinos y ahora es el único bar de Humada. De interior abigarrado, trufado de ‘bibelots’. Cuernas de corzo y ciervo y testas de jabalí adornan las paredes. Un piano, mesas y sillas. Anaqueles llenos de botellas antiguas con etiquetas ilegibles por el hollín y la grasa. Las cajoneras de la mercería ocupadas por una desordenada colección de fósiles. Los recogen en primavera, tras las grandes nevadas y los deshielos. De visita obligatoria.
Cuentan en el pueblo el terrible fin del antiguo propietario del colmado. Fue asesinado hace 72 años después de la guerra por los maquis. Aparecían a pleno día a pedir dinero a los hombres pudientes de la localidad y de otras muchas. El comerciante se había negado en ocasiones anteriores. Aquel día le sorprendieron por la espalada y le asesinaron junto a la fuente. Los autores del crimen nunca fueron detenidos. La iglesia de San Miguel ocupa un altillo. Edificada con sillares de buena caliza blanca. Mezcla el estilo renacentista con el barroco.
Rebolledo de la Torre
Rebolledo y la magia de su iglesia de San Julián y Santa Basilisa son el punto final al recorrido por las loras. La carretera se estrecha y retuerce mientras sube entre pueblos de nombres tan sonoros como Fuenteodra y Rebolledo Traspeña. Bosquetes de robles enmarcan piezas de cereal. Antes sembraban patatas pero ahora se las desentierran los jabalíes.
Entra en el valle de Albacastro enmarcado entre la Sierra y la Lora de La Mesa. Salvaje y deshabitado. A la izquierda está la aldea de Albacastro. Quedó deshabitado y ahora se reduce a unas casas y un par de vaquerías, que suelen tener algún mastín suelto. En lo alto sobre una roca se eleva el templo románico de San Pedro Apóstol. Estuvo arruinado hasta su restauración en 2009 por la Junta de Castilla y León. Es un edificio pequeño con dos entradas: una más monumental al Norte y otra más modesta al Oeste. Datado en torno al siglo XII merece la pena el desvío para visitarlo.
Unos kilómetros más adelante el valle se abre en Rebolledo de la Torre. Un pueblo que también acusa el despoblamiento. En 1950 tenía 817 habitantes. Ahora quedan 122. Es un lugar recogido con edificios antiguos de sillería y adobe donde destaca la iglesia románica de san Julián y Santa Basilisa. Monumento Nacional desde el 3 de junio de 1931. Se eleva fuera del pueblo, en el extremo de un claro y cerca del castillo. Restaurada en el año 2006 aparece perfecta tanto por lo equilibrado de sus dimensiones como por la belleza de la galería de diez arcos de medio punto y portada que adornan la fachada. Los capiteles son de gran calidad escultórica y la pila bautismal sostenida por tres leones está fechada en el año 1195. El edificio tiene la rareza de conservar la firma y la data de Juan de Piasca, año 1186, su autor. Las llaves del templo hay que pedirlas en el bar municipal.
El castillo perteneció a la familia de los Lasso de la Vega, uno de cuyos miembros fue el Inca Garcilaso y está datado entre los siglos XIII/XIV. Lo que queda de la fortaleza es una torre desmochada sobre una plataforma rocosa. Monumento Nacional el 5 de mayo de 1949. Está cerrado al público.